En el siglo XV, en Europa, la humanidad toma el protagonismo, lo mundano prevalece y la religión empieza a quedar en segundo plano. Florecen las artes, la ciencia y la tecnología, se reconoce la redondez de la tierra y se inventa la imprenta.
Sin embargo, todo tiene su contra y tanto progreso encontró una resistencia indigna cuando en 1487 dos monjes dominicos alemanes publicaron el Malleus Maleficarum, comenzando la caza de brujas que se llevaría por delante la vida de más de un millón de mujeres asesinadas bajo el terror del fuego en hogueras de Europa y también en América.
El mal disfrazado de control y virtud ha acompañado a la civilización desde que existe.
Así los nazi persiguieron a los judíos, el comunismo chino de Mao al KMT o el comunismo ruso de Stalin a los partidarios de la democracia, en Estados Unidos el macarthismo hizo su lista negra de sospechosos de comunismo y etc., etc., etc.
En la lucha por el poder el péndulo se mantiene en constante oscilación y parece que no aprendemos a respetar, fraternizar, tolerar y comprender la importancia de la diferencia que hace que seamos individuales, pero a la vez que podamos formar parte de un colectivo y también que seamos libres, para pensar, opinar, decidir y actuar.
Ser libres para ser responsables sin miedo.
La caza de brujas se extendió por doscientos años incorporando la caza de herejes de todo tipo y si bien paró en el siglo XVII, el mal ocasionado a mujeres y hombres fue brutal debido a su violencia irracional. El Malleus Maleficarum sostenía que tan solo el rumor público era suficiente para llevar a alguien a juicio, pero además cualquier defensa enérgica del acusado hacía sospechar que el defensor estaba embrujado.
Religión y política se han dado la mano y también se han sustituido al momento de eliminar adversarios, la revolución francesa da perfecta cuenta de esos procesos enloquecidos de persecuciones donde ninguna cabeza estaba segura sobre los hombros.
Sin embargo, debemos revisar otros aspectos para entender el mal, es necesario contextualizarlo porque hay situaciones, acciones y consecuencias que, aunque parezcan iguales pueden ser muy distintas.
El filósofo español Xavier Zubiri habla de cuatro categorías del mal que van en escalada y han llevado en distintos momentos y a distintos grupos sociales a la locura del mal.
El análisis de Zubiri empieza con el maleficio que no es un acto de hechicería como estamos acostumbrados a ver en películas o en cuentos de hadas, sino un desequilibrio emocional y psíquico desarrollado por un individuo debido a un mal manejo de sus circunstancias, es decir que es un problema de conducta.
La segunda categoría desarrollada por Zubiri es la malicia que está asociada a la libertad de elección que tiene todo individuo. Actuamos maliciosamente si desde nuestra libertad escogemos actuar de forma indebida y claro esa malicia puede ir desde una broma que se le hace a un amigo cuando le ocultamos que le pusimos picante a su sopa hasta acciones que vemos en el campo de los negocios cuando la omisión de información resulta clave en el desarrollo de acontecimientos sociales como por ejemplo el quiebres de compañías.
La siguiente categoría de la que habla Zubiri es la malignidad, este nivel implica arrastrar a otros a hacer el mal, es un nivel que supera a los dos anteriores debido al uso de la libertad para inducir a otros a acciones moralmente negativas. Al conseguir contagiar a otros para que compartan ese sentimiento negativo, nos sentimos menos responsables de nuestras acciones puesto que no somos los únicos que actuamos de esa manera.
El último nivel del que habla Zubiri es el de la maldad que no es más que el mal compartido, es cuando el mal es un producto colectivo, cada individuo desde su libertad se permite actuar negando los principios morales o simplemente apartándose de la bondad.
La maldad es un acto colectivo inmoral que arrasa el alma de una sociedad, por ejemplo, la esclavitud, el racismo, la discriminación sexual o religiosa que se practicó y se practica aun hoy en tantos lugares del planeta.
Otro concepto sobre el mal y que resulta ineludible de revisar es el desarrollado por Hannah Arendt y que denomina la banalidad del mal, que a la vez viene del análisis y crítica que hace la filósofa de los planteamientos de Maquiavelo sobre la escogencia del mal menor por parte del Estado y su potestad de acción debido a que según él, la maldad es intrínseca al ser humano y el Estado es el llamado a decidir las acciones más convenientes. Hannah Arendt argumenta que en este caso se olvida que escoger el mal menor sigue siendo escoger el mal.
En el desarrollo del concepto de la banalidad del mal, Arendt expone: «un sistema o institución tal que inmuniza a sus miembros contra la realidad de lo que es cometido y contra la inhumanidad de sus códigos, y los vuelve cómplices de su opresión mutua». Se refiere a la negación de la responsabilidad sobre la maldad que desarrollan los individuos cuando escudan sus actos en la obediencia que como subordinados deben a sus jefes, es el ¨solo seguía ordenes¨ siguiendo órdenes se tortura, se asalta, se ejecuta, se destruyen propiedades y documentos, junto a una larga lista de etcéteras donde los ejecutores se atienen al ¨no es nada personal¨ esta es la banalización del mal, la negación de responsabilidades éticas y morales sobre las acciones que ejecutamos y más despiadado aun es anular los sentimientos ante los actos perpetrados.
Todo lo expuesto anteriormente habla de esos procesos donde se señala, se acusa y se condena a un individuo o un grupo social porque es diferente o contrario a los intereses del grupo dominante.
Es el mismo principio de la cancelación, esa misma que ahora está tan de moda y tan secundada por muchos.
La cultura de la cancelación puede definirse como un fenómeno mediante el cual se castiga a una personalidad pública retirándole el apoyo a su trayectoria y eliminándola de las redes sociales, generalmente porque sus opiniones o acciones son desaprobadas por el colectivo.
La pregunta es ¿quién cancela a quién, porqué y cómo? aquí entramos en un tema álgido en estos tiempos contemporáneos.
Tratemos de entender que elementos involucra la cancelación.
Empecemos con el bulo, esa noticia falsa que al difundirse perjudica a alguien directamente y es que en este mundo de lo instantáneo lo que se dice se difunde a la velocidad y con la contundencia del rayo.
En segundo lugar, está la noticia real pero descontextualizada donde faltan los datos para comprender lo sucedido y su circunstancia. No se conocen todas las variables de un hecho, pero se acusa y juzga sin miramientos.
En tercer lugar, está el escándalo, que nos impacta y atrae disparando nuestra adrenalina, esa carga emocional intensa que muchas veces nos lleva a actuar irracionalmente, ya sea cuando insultamos o cuando una poblada ajusticia a un supuesto culpable.
Ahora hay que incorporar a los actuantes y la lucha de poder que soterradamente o no, está presente en estos casos. La cancelación siempre involucra a una persona que de alguna manera tiene un puesto de poder o un estatus que le da ventajas o privilegios que otros no tienen.
Detengámonos en este aspecto, todo privilegio genera admiración y también envidia, así que habrá una corte de admiradores y envidiosos reunidos entorno a esa persona privilegiada que puede ser un político, un artista, un deportista, por nombrar tres categorías fácilmente reconocibles…es un ídolo.
Entran aquí entonces la tentación y la seducción. El ídolo se mueve entre la arrogancia y la indolencia, lo que muchas veces lo lleva a la tentación de aprovecharse de su superioridad.
El admirador, por otro lado, cae en el juego de la seducción, es el fan que construye en su mente una fantasía sobre el admirado, ese ídolo inoculado de características fantásticas, pero que a pesar de todo en el fondo sigue siendo un ser humano como tú y como yo.
Veamos un caso concreto, ese ídolo que cae en desgracia por haber cometido lo que sería una falta social escandalosa y que termina denigrado, expulsado de su círculo social, condenado, apartado de su familia, de su vida pública y su trabajo, arruinado en todos los sentidos.
Todo acto de abuso de poder es condenable, eso nadie lo pone en duda y ese ajusticiamiento público puede ser merecido. Sin embargo, a veces hay que revisar bien la situación y el contexto para no destruir la trayectoria valiosa de alguien que puede haber cometido un error o sencillamente tener una opinión contraria a la nuestra porque eso no lo convierte en un criminal y la historia está llena de esos casos de criminalización injusta.
Y no, no pensaba en Johnny Deep, Plácido Domingo o en Kevin Spacey, ni tampoco en Brenda Lozano o J.K. Rowling, mientras escribía todo esto pensaba en Oscar Wilde. Ese personaje exquisito de la cultura inglesa que pese a ser una figura clave de la literatura y el teatro cayó en el escarnio público y lo perdió todo.
Hablando de su condición homosexual Wilde dijo: «No tengo duda de que ganaremos. Pero el camino será largo y lleno de monstruosos martirios».
Hoy grupos que en otros momentos fueron marginados, acosados, perseguidos, humillados y eliminados han ganado respeto y dignidad, es importante que no se conviertan ahora ellos en los que marginen y discriminen a los que no comulguen con sus ideas y pareceres porque al hacerlo lo único que conseguimos como civilización es perpetuar la maldad, esa de la que hablaba Zubiri donde el mal es un acto compartido socialmente que perpetramos.
La maldad es miedo, es odio, es intolerancia e incomprensión, no importa de qué lado estés, ni que red social uses.
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